¿Quién le rompió la nariz a la Gran Esfinge?

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Sí, sabemos que no fue Obélix con su fuerza sobrehumana quien le arrancó la nariz a la pobre Esfinge, pero tampoco las tropas de Napoleón Bonaparte como muchos aseguraron durante años. ¿Queréis descubrir quién fue el osado individuo que se atrevió a cometer tan vil acción y muchas otras curiosidades de este milenario monumento? Os invito a seguir leyendo.

La Esfinge de Gizeh es una colosal estatua tallada en roca caliza hace unos 4500 años a pocos kilómetros de la actual ciudad de El Cairo y sus 73 metros de largo, 19 metros de ancho y 20 metros de alto la convierten en la estatua monolítica más grande del mundo. Siempre despertó gran curiosidad y admiración, pero sigue teniendo muchas incógnitas por resolver. Con cuerpo de león, su cola está recogida a la derecha, y en la parte superior de la cabeza hay un agujero (tapado actualmente) que sirvió para insertar una corona. En la frente tenía una cobra real (ya desaparecida) y una barba postiza, de la que ya no quedan más que algunos fragmentos guardados en el Museo Británico, que le daba el aspecto típico de un faraón.

Se han encontrado en su superficie restos de pigmentos azules en la barba, amarillos en el tocado y rojos en la superficie del cuerpo y la cara, lo que nos lleva a pensar que en su momento estuvo pintada. ¡Imaginaros la impresión que debió causar a todo aquél que la observara si ya nos fascinan sus restos en la actualidad!

La gran mayoría de expertos coinciden en decir que fue tallada durante la época de la construcción de las grandes pirámides, concretamente durante la dinastía IV, pero el consenso no es tan grande al afirmar si se hizo en época de Kefrén (2550 – 2525 a. C.) o de su predecesor, Keops (2584 – 2558 a. C). Puede que el ganador en esta apuesta sea Kefrén si nos basamos en la similitud de su estilo arquitectónico con el complejo funerario que rodea a la segunda pirámide y el templo frente a la esfinge, que comenzó a construirse sin llegar a terminarse nunca. Otro dato que nos lleva a esta conclusión es que en la Estela del Sueño, una piedra tallada mil años después, lo referencia como el creador de la Esfinge.

Orientada hacia el este, durante los equinocios mira directamente al Sol naciente, y aunque al principio se alzara como un homenaje al faraón, más tarde se le dio un carácter de culto al dios solar. Siglos después fue temida y durante la Edad Media los campesinos árabes del lugar le hacían ofrendas con la esperanza de que fuese propicia en las inundaciones del Nilo y en las cosechas.

El paso del tiempo no perdona

La piedra caliza con la que fue construida es blanda, de baja calidad en su cuerpo y más dura en la cabeza. Durante siglos la Gran Esfinge permaneció sepultada por la arena y pasó inadvertida a ojos de Heródoto, Estrabón y otros historiadores clásicos que ni tan siquiera la mencionan, algo sorprendente al ser una escultura gigantesca que no podía pasar inadvertida.

En el reinado de Tutmosis IV (1412 – 1402 a. C.) se libera la arena que la cubría parcialmente y se erige una estela en su honor. Posteriormente con los años volvió a sepultarse de nuevo y en la época de Nerón (54 – 68 d. C.) y de Marco Aurelio (161 – 180 d. C.) volvieron a desenterrarla y se construyeron unas escaleras que permitían acceder a la explanada de la Esfinge, donde dejar ofrendas en su honor al considerarla una divinidad por aquellos tiempos, un pensamiento que se reforzó durante el Medievo. Volvió a quedar semienterrada hasta que en 1923 el francés Émile Baraize la desenterró por completo en un trabajo hercúleo que duró diez años.

Pero, ¿quién le rompió la nariz?

Cómo decía al principio durante mucho tiempo se pensó que el joven de 28 años Napoleón Bonaparte tras desembarcar en Egipto en el verano de 1798, acompañado de treinta mil soldados y 167 científicos y especialistas expertos en todas las materias del saber, ordenó a sus soldados que dispararan al apéndice nasal de la Esfinge para probar la puntería de su artillería. La realidad es otra bien distinta. Cuando Napoleón la tuvo delante suyo ya no tenía la nariz y lo cierto es que ni el general ni los eruditos franceses que le acompañaron durante su expedición le prestaron mucha atención. Además, ¿cómo podía ser que quisiera destruir este monumento cuando precisamente uno de los motivos por los que se trasladó a esas tierras fue realizar exploraciones arqueológicas, documentarse y realizar estudios? Sus descubrimientos se dieron a conocer en su Description de l’Égipte, una recopilación que se convirtió en referencia de la egiptología durante muchos años. No solo eso, entre sus científicos estaba el barón Dominique Vivant Denon, que años más tarde se convirtió en director del Museo del Louvre. Entonces, ¿por qué destruir ese amado patrimonio?

Bonaparte ante la Esfinge, óleo sobre lienzo de Jean-Léon Gérôme (1886)

Pues bien, encontramos la solución más plausible a nuestra pregunta en la descripción que da el historiador del siglo XV al-Maqrizi cuando dice que durante el dominio de los mamelucos un fanático religioso Sufí de nombre al-Dhar, en el año 1378, con unos cinceles de hierro seccionó la nariz de la Gran Esfinge al ver que los campesinos le ofrecían ofrendas para conseguir mejores cosechas. Tras cometer ese acto de iconoclastia fue juzgado y ejecutado, aunque para desgracia de todos condenó a estar sin nariz a la guardiana de las pirámides para el resto de la eternidad.

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