
Era el día de Todos los Santos. Perros, caballos y otros animales empezaron a correr, huyendo, pero de qué. Pasaban al lado de las personas que se encontraban en ese momento en la calle sin saber qué les ocurría. ¿Se habían vuelto locos? No, estaban asustados, aterrorizados por presentir la muerte. Fueron los primeros en advertir el peligro que se cernía sobre ellos, un terremoto que sería recordado durante siglos.
En el recién estrenado teatro de la ópera, inaugurado seis meses antes, comenzaron a temblar sus cimientos hasta que se vino abajo. Sería uno de los miles de edificios que acabarían por ser destruidos junto con el 85% de las construcciones de la ciudad. La historia se repetía ya que solo dos siglos antes sufrieron un seísmo similar.
Fueron menos de diez minutos aunque parecían que no se terminarían nunca. Se cobró la vida de más de 90 000 personas de un total de 275 000, demasiadas. Se estima que su magnitud sería de 9 en la escala de Richter, con su epicentro en el océano, en la zona de fractura Azores-Gibraltar, frontera entre la placa euroasiática y la africana, a menos de 300 kilómetros de la ciudad. Después del temblor, el agua del mar retrocedió y cuarenta minutos después tres tsunamis de entre 6 y 20 metros anegaron el centro de la ciudad. Donde el agua no había llegado lo hizo el fuego que acabó por destruir casi toda Lisboa.

Mendigos, nobles, campesinos, comerciantes… todos muertos, pero un golpe de fortuna hizo que el rey José I de Portugal y su familia salieran ilesos de la catástrofe gracias a que una de sus hijas insistió en pasar ese día festivo fuera de la ciudad. Desde entonces, el aterrorizado monarca, vivió en tiendas y pabellones en las cercanías de Lisboa hasta el día de su muerte, su miedo a vivir bajo techo nunca le abandonó. El primer ministro del rey, Sebastiao José de Carvalho e Melo, marqués de Pombal, también sobrevivió y cuando la población le preguntó qué debían hacer, resolutivo como era, contestó:
«¿Y ahora? Se entierra a los muertos y se da de comer a los vivos».
… y es que tenía razón, el riesgo de epidemias era elevado. Quiso impedir el saqueo que se comenzó a producir en esos primeros días de caos y para ello levantó patíbulos por toda la ciudad para ejecutar a quien se atreviera robar. Movilizó al ejército para rodear la ciudad y evitar la huida a todo aquél capaz de ayudar. Contrató ingenieros y arquitectos que iniciaron la reconstrucción en poco menos de un año, el tiempo que se tardó en limpiar la ciudad de runas, dando la orden de que sus construcciones pudieran resistir un nuevo temblor si este se producía. Muchas de ellas aún pueden observarse en Lisboa siendo lugares de interés turístico.

Fue tal su intensidad que se dejó sentir en gran parte de España y en el norte de África provocando la muerte de 10 000 personas en Marruecos y más de 1000 en Huelva. En Salamanca sufrieron las consecuencias sus dos catedrales, la Nueva y la Vieja; en Plasencia, la vidriera de la catedral también se hizo añicos; en Sevilla, la Giralda sufrió pequeños desperfectos; en Cádiz el maremoto alcanzó 12 metros de altura y en la ciudad de Cabra, en Córdoba, se vino abajo parte de su muralla. Zamora, Toledo, Ciudad Real… incluso se dejó notar su fuerza en la montaña de Montserrat, en Barcelona. Se calcula que fue el terremoto más potente de la historia de España con una magnitud de entre 7 y 8,5 grados sintiéndose a través de Europa hasta… ¡Finlandia!

Este terremoto causó gran conmoción en la Europa intelectual de la Ilustración siendo difícil de explicar por muchos esa manifestación de «la ira de Dios», pero esta adversidad representó el punto de partida de los inicios de la ciencia sismológica moderna. En España, el rey Fernando VI, ordenó realizar una encuesta sobre los daños causados, contestada por más de 1200 ayuntamientos y que se recogen en el libro Los efectos en España del terremoto de Lisboa, de José Manuel Martínez Solares, conservándose el original en el Archivo Histórico Nacional. El ministro portugués también realizó una investigación similar y preguntó a todas las parroquias del país si habían notado algún comportamiento singular en los animales poco antes del temblor o si el nivel de los pozos cambió en los días previos.
España es una zona expuesta a seísmos al encontrarse en contacto la placa africana y la europea en el Mediterráneo y aunque el riesgo sísmico es moderado-bajo, a diferencia de otros países como Turquía, Grecia e Italia que son más elevados, son cada vez más los sismólogos que aconsejan instalar un sistema de alerta de tsunamis en el Atlántico debido al riesgo que representa la franja marina que va de las Azores hasta el cabo de san Vicente, en Portugal.
… y es que la historia puede repetirse.
Para saber más:
Los efectos en España del Terremoto
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