
Visitando un museo podemos fijarnos en el busto de un emperador romano, de un insigne patricio o incluso de un plebeyo, y los más observadores puede que capten incluso esa personalidad que refleja su cara. Augusto, Trajano, Adriano… por todos los dominios de Roma se podían encontrar esculturas de ellos, tanto en plazas y lugares públicos como en el interior de los edificios. En la antigua Roma y en especial durante el Imperio, estas estatuas tenían una doble función artística y política (propagandística y de culto), que los emperadores utilizaron de manera más que efectiva para reafirmar su poder por todos los rincones de sus dominios, por muy remotos que estuvieran.
La mayoría de la población era analfabeta y solo la élite hablaba el latín. En ese contexto, las esculturas tuvieron esa posición privilegiada para impresionar e influir en el pensamiento del pueblo. Hechas con mármol y piedra también se sirvieron de otros materiales como el bronce, la madera, la terracota, el yeso, el marfil e incluso la plata y el oro. Sus obras tienen clara influencia griega pero el realismo del retrato romano fue asimilado de la cultura etrusca.
Puede que uno de los motivos del gusto por el naturalismo que presentaban estos bustos se origine de la antigua costumbre de la confección de máscaras mortuorias de cera o terracota, en la que se copiaba con exactitud la cara de los muertos para después guardarlas en el santuario familiar (lararium) y así recordar a los antepasados.

También fue evolucionando el tipo de escultura a medida que pasaban los siglos. En la época republicana los romanos representan solo la cabeza sobre el cuello y a partir del siglo II, con el emperador Adriano, se retrata la mitad superior del cuerpo y el arranque de los brazos.
En ocasiones construían por separado el cuerpo y el busto para poder intercambiar la cabeza de un personaje determinado por otro cuando acontecían cambios políticos o por alguna damnatio memoriae.
Y es que los romanos eran prácticos y muestra de ello es el hecho de que los retratos de cuerpo entero eran menos comunes que los de busto y cabeza, sobre todo en la cuenca mediterránea, primero por ser más baratos y segundo por considerar que lo importante del retrato, lo que podía identificar al personaje en cuestión, era la cabeza y no las vestimentas o accesorios que podía tener el cuerpo.

Los bustos eran más o menos realistas según las dinastías. Con los emperadores Trajano y Adriano se prefirió idealizarlos (al igual que la cultura helénica) reflejando la expresión de su carácter y ampliando el retrato a gran parte del torso. Así pues, se vuelve a idealizar al personaje ahondando más en la psicología del personaje. Poco después, con Marco Aurelio, se volvió al realismo y a la expresividad de la escultura, alcanzando con Constantino I una monumentalidad que recordaba la de Augusto. Con el paso del tiempo se va perdiendo esa influencia griega que va siendo sustituida por la oriental, para acabar asimilando el arte bizantino.
Veamos algunos ejemplos más fijándonos en esa expresión de la mirada.





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Consciente; Luis Garcia; Luis Garcia (I); Luis Garcia (II); Ángel M. Felicísimo; Osmar Valdebenito; Wolfgang Sauber; Folegandros
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