La mañana del 7 de octubre de 1571 el joven tercio de galera, Miguel de Cervantes, se levantó febril. Estaba a bordo de la galera Marquesa, una de las 207 que componía la flota cristiana que se encontraba en el golfo de Lepanto antes de entrar en batalla, y acudió a la enfermería para que le dieran un remedio que le permitiera estar en condiciones de luchar. Faltaban pocas horas para el inicio de una contienda naval que entraría en los anales de la historia. Los turcos otomanos enfrentándose a la Liga Santa, la coalición integrada por el Papa, la República de Venecia y la monarquía de Felipe II. La victoria se inclinaría a favor de los cristianos frenando la expansión otomana en el Mediterráneo y aunque mucho se habló de ella, pocas veces se describe lo que vivieron en el interior de esos navíos.
Cervantes, luchar o luchar
Los otomanos, liderados por Alí Bajá, disponían de 221 galeras y 56 galeotes y fustas, sumando 83.000 hombres y 750 cañones. Los cristianos superaban por poco el número de soldados y gente de mar, y aunque disponían de menos navíos, estaban mejor armados. El capitán de la alianza cristiana era Juan de Austria, hijo natural reconocido del emperador Carlos I de España, por tanto, hermanastro de Felipe II.
Cervantes pensó que no obtendría licencia para pelear ese día, no se lo pensó dos veces y trepó al esquife para asistir a los arcabuceros, ya que, como novato no disponía de ningún arma, exponiéndose al fuego enemigo resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, un episodio de la historia del que siempre se sintió orgulloso de haber participado y que menciona en su Quijote.
No cabe duda de que el valor y la habilidad de los Tercios para usar sus picas en el abordaje fueron determinantes en la batalla, pero serán las galeras, máquinas construidas para dominar el mar Mediterráneo, las verdaderas protagonistas.
Vivir y morir en las galeras
La vida en las galeras no resultaba fácil, de hecho, era lo más parecido a estar en el infierno, sobre todo para la gente de remo. Estos eran los encargados de bogar en las galeras y entre ellos encontramos a los forzados (galeotes) y a los esclavos. Los primeros eran condenados a pena de galeras, un castigo implantado por el emperador Carlos I que buscaba sustituir los castigos corporales y los destierros. Obligados a bogar durante 10 años como máximo, aunque pocos superaban los dos años en una galera. Los segundos solían ser cristianos presos en batalla o musulmanes. Puede que a más de uno sorprenda saber que también encontramos remeros profesionales (buenas boyas), enrolados un tiempo pactado previamente con un salario.
Permanecían encadenados por el pie con grilletes al suelo, sentados en un banco de 39 cm de ancho donde remaban, comían, dormían y hacían sus necesidades sin levantarse hasta que llegaran a puerto. La baja borda de la galera facilitaba que corriera el agua por la cubierta ayudando a limpiar los residuos. ¡Imaginad qué suplicio! El hedor era tan insoportable que impedía el ataque por sorpresa al delatar el ataque de la galera cuando se acercaba al enemigo.
El calor extremo del día, el frío de la noche, las pulgas, piojos y chinches como acompañantes de viaje, las torturas físicas y psicológicas, los latigazos del cómitre… ¡un horror!
Se les rapaba el pelo a cero por motivos higiénicos y a los musulmanes se les permitía dejar un mechón de pelo, para que al morir, Alá pudiera asirlos por él en su camino al Paraíso.
Recibían un kilo de bizcocho cada día, horneado dos veces para prolongar su conservación, junto a unas pocas habas y garbanzos cocidos. Bebían como mínimo dos litros de agua, que podía llegar a seis litros si la boga era dura, de otra forma no aguantarían el esfuerzo físico al que estaban sometidos.
La galera
Se trataba de una embarcación de calado muy bajo, que navegaba en verano mientras que se aprovechaba el invierno para repararla en las atarazanas. Su velocidad máxima era de 6 nudos (11 km/h) y en el trayecto Barcelona-Alejandría se tardaban dos semanas, aunque solo el 40% del tiempo empleado correspondía a navegación.
La “categoría” de estos navíos podía advertirse según el número, tamaño y la disposición de los fanales, y se comunicaban entre sí mediante señales visuales, de luces, espejos, banderas y acústicas(tambores, disparos de cañón…)
La tripulación
En cada galera la tripulación abarcaba entre 300 y 400 personas. Convivían la gente de remo (chusma) con la gente de cabo, compuesta por la gente de mar -especialistas en navegación y en el mantenimiento de la nave- y la gente de guerra.
La galera capitana disponía entre sus miembros de un cirujano, un lujo que el resto de galeras no podía permitirse y que en su lugar un barbero asumía las funciones de cortar el pelo, arrancar muelas y curar las heridas.
La lucha
Podemos imaginarnos la escena durante la batalla de Lepanto. A medida que la galera se acercaba al enemigo se disparaban proyectiles, el peligro al que se exponía el artillero y la dificultad de recargar los cañones posibilitaba solo una andanada de disparos, por tanto, apuntar y acertar era algo que podía significar seguir vivo o muerto. En el momento del abordaje espingardas, arcabuces, mosquetes, ballestas, espadas, cuchillos, mazas y cualquier otra cosa que estuviera a mano era útil para la feroz lucha cuerpo a cuerpo. Los ballesteros disponían hasta de tres ballestas, trescientas flechas y proyectiles, y se protegían con un escudo conocido como pavés que sostenía un soldado y le cubría casi todo el cuerpo, además, de corazas de metal. Otros, no tenían tanta munición ni protección exponiéndose a una muerte casi segura, como nuestro gran literato.
Tras la lucha conseguir el fanal de la galera enemiga representaba todo un símbolo de distinción.
La Galera Real
Hoy podemos ver una réplica en las Atarazanas Reales de Barcelona donde fue construida tres años antes de la decisiva batalla de Lepanto para capitanear la Liga Santa, el lujo de su espacio noble indicaba quien la comandaba: Juan de Austria.
Aquí os dejo unas fotos de su impresionante estampa…
Museo Marítimo de Barcelona (una visita más que recomendable) de donde proceden las fotos y la información.
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