
No sé si sois conscientes (al menos yo no) de que cuando comemos alimentos con fibra vegetal, que no podemos digerir, los microorganismos de la flora intestinal los usan como alimento. La fermentación de esta fibra produce metano, hidrógeno, nitrógeno molecular y dióxido de carbono, además de ácido butírico y sulfuro de hidrógeno, responsable del olor a huevos podridos que podemos encontrar en un buen… PEDO (también llamado flatulencia 😉 ). Porque sí, hoy hablaremos de pedos, un tema tabú en muchas ocasiones que ha dado para congresos y debates internacionales, aunque también de sátiras en la literatura. Y es que los beneficios de ventosear son indiscutibles, aunque imagino que no tanto para quien se encuentre al lado del pedorro.
Antes de nada decir que los humanos no somos los únicos que nos tiramos pedos, también lo hacen vacas, elefantes, camellos, caballos, calamares, pulpos y sepias, pero no los mejillones, loros, cangrejos de mar o las ostras. Lo de las arañas no queda del todo claro a pesar de los estudios (que también los hay).
El ogro verde de ojos marrones Shrek decía que «mejor fuera que dentro», y esto es algo totalmente cierto, ya que en un buen pedo encontramos beneficios para nuestra salud como la prevención de la formación de divertículos intestinales o su infección (diverticulitis); su olor anormal y su alteración en el ritmo de los pedos puede alertarnos sobre alguna intoxicación o intolerancia alimentaria; nos ayudan a mantener bajo control a las poblaciones de la microbiota que nos perjudican; y el ventosear nos ayuda a mantener tonificado nuestro esfínter anal.
Tipos de pedo
Podría extenderme mucho en este aspecto, pues no hay dos pedos iguales, pero seguro que reconoceréis alguno de los que aquí os presento:
Pedo mañanero (este no necesita explicación).
Pedo común, que te tiras cuando caminas tan tranquilo por la calle e intentas disimular para que nadie a tu lado lo perciba. Vaya, que cuando te miran mal dices «perdón, yo no me lo he tirado, en todo caso se me habrá caído».
Pedo de oficina sería el que al tirártelo toses para disimularlo.
Pedo sincero, también conocido como el pedo del gilipollas. Y es que, en ocasiones, hay que serlo para confesar el crimen.
Pedo con un regalito inesperado. Este no lo explico, pero una pista para los menos avispados: no se trata de ningún libro.
Pedo huérfano (o mudo), aquél que solo se percibe por su aroma. Claro, cuando sucede dentro de un ascensor con varias personas en él, nadie se hace cargo de él.
Pedos zapateros, pedos tormentosos, pedos dolorosos, pedos acuáticos… la lista es interminable.
El pedo en la literatura
El principal exponente del género cómico griego, Aristófanes escribió en el siglo V a. C. Los caballeros, un texto escatológico con numerosos pasajes de flatulencias; Dante Alighieri, en La Divina comedia escribe Ed elli avea del cul fatto trombetta («y él había, del culo, hecho trompeta»); Miguel de Cervantes, en El Quijote de la Mancha, capítulo 20, para entretener a don Quijote, Sancho le cuenta una historia de manera muy torpe. Como no osa alejarse, el escudero hace sus necesidades al lado de don Quijote y explica un flato como señal de una nueva aventura: «¿Qué rumor es ese, Sancho? – Alguna cosa nueva debe de ser»; Francisco de Quevedo en su obra Gracias y desgracias del ojo del culo demuestra que «se ha de advertir que el pedo antes hace al trasero digno de laudatoria que indigno de ella»; Marqués de Sade, escribió La filosofía en el tocador, donde unos «educadores» corrompen a una adolescente:
«Sra. de Saint-Age: Cuanto queráis, amigo mío; mas mi venganza está dispuesta, te lo advierto; juro que a cada vejación, te soltaré un pedo en la boca. Dolmancé: ¡Ah! ¡Santo Dios! ¡Qué amenaza! Es apremiarme a ofenderte. (La muerde) ¡Veamos si mantienes la palabra! (Recibe un pedo) ¡Ah! ¡Joder! ¡Delicioso, delicioso![…] (Le da un azote y al instante recibe otro pedo). ¡Oh! ¡Es divino, ángel mío!»
Esto son solo algunos de los muchos literatos que escribieron sobre el tema en sus obras, y es que hablar de pedos era algo tan habitual en el siglo XVIII que encontramos este texto (satírico, por supuesto) digitalizado en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca, escrito por un tal Dr. Don Pedro Rodríguez de Montánchez, catedrático de Prima de Medicina en la Universidad de Besamelanca. No tiene desperdicio.

Le Pétomane, todo un artista del pedo
Si hay alguien que dominó la técnica del pedo ese es Joseph Pujol, conocido artísticamente como Le Pétomane, quien tenía la capacidad de liberar el aire de sus intestinos a voluntad, con los músculos del esfínter anal. Este marsellés de nacimiento, hijo de un escultor, fue consciente de bien pequeño de su habilidad, algo que durante su servicio en el ejército hizo las delicias de sus compañeros al entretenerlos imitando el sonido de instrumentos musicales o cuando tras aspirar agua con el recto, la proyectaba a unos cuantos metros de distancia.
Decidió utilizar su habilidad para ganarse la vida con ello y comenzó a actuar en escenarios, con muy buena acogida por parte del público. En el cénit de su carrera le contrataron en 1892 en el Moulin Rouge, en París, donde sus efectos sonoros de fuego de cañón y tormentas, y las canciones que tocaba a través de un tubo de goma en el ano como «La Marseillaise» o «O Sole Mio», le convirtieron en la atracción principal.
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial se retiró y con los ingresos obtenidos abrió una fábrica de galletas en Toulon. Tras su muerte en 1945 no penséis que pasó al olvido, pues dejó un legado que quedó inmortalizado en musicales, películas y libros.
Algunos culpan a los pedos de ser fuente importante de gases de efecto invernadero, y si bien el ganado produce alrededor del 20 % de las emisiones mundiales de metano, casi el 95 % del que es liberado lo es por exhalación o eructos. Yo, que queréis que os diga, me quedo con Quevedo…
«Si un día algún pedo toca tu puerta/ no se la cierres, déjala abierta/ deja que sople, deja que gire/ a ver si hay alguien que lo respire».
Francisco Gómez de Quevedo
Dos libros:
Historia de la mierda, del psicoanalista francés Dominique Laporte, publicada originalmente en 1978.
El beneficio de las ventosidades, de Jonathan Swift.
Para saber más:
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