Puede extrañar el título de hoy (no lo voy a negar) pero en las próximas líneas vamos a hablar de un tema importante para nuestros traseros, los enemas.
En los años sesenta, una publicación de la NASA firmada por Werner von Braun hizo que se volviera a popularizar la hidroterapia de colon (en adelante simplificaré como “enema”). Su intención no era otra que reducir al mínimo los gases intestinales inflamables de los astronautas que se encontraban en el interior de la cápsula espacial ya que podían representar un «riesgo» para la misión. Pero su práctica se remonta muchos siglos atrás.
Sumerios, babilónicos, griegos y chinos lo usaron con frecuencia, sin embargo, la que tuvo más influencia en los egipcios fue la civilización hindú, cuyos conocimientos divulgó el gran Súsruta. El registro más antiguo lo encontramos hacia el año 1500 a. C. en el Papiro de Ebers, aunque ya antes, los faraones tenían a un médico de la corte cuya función era la de administrarles los enemas, lo conocían como el «Guardián del ano» y así podemos comprobarlo en una inscripción de la columna de Isis, en el Egipto del Imperio Antiguo. Otro papiro donde se recoge casi en exclusividad la materia proctológica es el de Chester Beatty (1200 a.C.).
¿Y cómo lo hacían? Pues bajaban al río y se insertaban cañas huecas para llevar a cabo el flujo de agua hacia su recto ayudados con vejigas de animales, sacos de cuero y calabazas vinateras mediante soplidos del médico. Esto lo hacían casi como un ritual en intervalos de tres o cuatro días cada mes pues pensaban que así se evitarían algunas enfermedades debidas al exceso de comida.
En Mesopotamia se encuentran documentos en los que se explica que utilizaban una calabaza vacía como recipiente de agua y un junco como conducto. Será Hipócrates el que lo emplearía para tratar algunas fiebres, mezclados con leche de burra, miel y sal o vino y aceite de oliva, popularizándolo después Galeno. Incluso en el Nuevo Mundo los nativos americanos empleaban una vejiga animal a modo de jeringa.
Durante la Edad Media incluso encontramos un «patrón de los enfermos de hemorroides», san Fiacro, quien fue hijo primogénito del rey de Escocia Eugenio IV allá por el año 600.
Donde causaban furor era en la Francia del siglo XVII, convirtiéndose en práctica cotidiana después de cenar. Cuentan que al rey Luis XIV le llegaron a administrar unos… ¡2000 enemas en su vida!.
Pero será en los años veinte y treinta del siglo XX cuando su popularidad alcanzó límites insospechados, incluso se podían ver máquinas de «riego» de colon en las consultas médicas. En Alemania, el Dr. Max Gerson los usó mezclándolo con café para tratar la tuberculosis e incluso el cáncer, ya que pensaba que la cafeína inyectada era beneficiosa para el hígado. Se inventó un método de uso privado, un retrete al que se le instalaba un mecanismo para realizar el enema, aunque tenía el gran inconveniente de que se acumulaban los gérmenes en el recipiente de agua y por tanto el invento no acabó de «triunfar».
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Bain News Service; Knippel, de:Niedernberg; Berns goldene Zeit; Glitzy queen00
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