Sí, el título puede llamar la atención, pero con este descriptivo nombre se referían los autores cómicos griegos cuando nombraban a los «esforzados médicos» hipocráticos (asclepiadas hipocráticos) y seguro que más de uno se preguntará el porqué de ello. Vamos a explicarlo:
El diagnóstico lo hacían en base a la exploración sensorial (aísthēsis), la comunicación verbal (lógos) y el razonamiento (logismós). El médico no se limitaba solo a observar los signos que presentaba el enfermo sino que también dialogaba con él. Este diálogo tenía una función exploratoria (la anamnesis actual de las historias clínicas) y otra comunicativa. Es precisamente esto lo que quizás echan en falta muchos pacientes (pero también médicos) de la medicina actual, tan tecnológica, tan sofisticada. Pero si en algo destacaron los médicos que seguían el Corpus Hippocraticum fue en esa exploración sensorial y por ello fueron frecuentemente objeto de burla.
Utilizaban todos sus sentidos (ver, tocar, oír, oler y degustar) mereciendo una atención especial el gusto, que posteriormente dejó de utilizarse con la misma asiduidad hasta que volvió a resurgir con Paracelso. Distinguían el sabor dulce, ácido y el salado, sin tener ningún reparo en aplicarlo tanto al sudor, la piel, las lágrimas, el moco nasal y el cerumen. En cuanto al olfato, lo olían todo: la piel, las heces, los vómitos, los eructos, la orina, las úlceras…

Su capacidad de observación sorprende en nuestros tiempos pues podían llegar a analizar la permanencia de la espuma de la orina y la reacción de efervescencia del suelo calcáreo al contactar con el vómito del paciente; las crepitaciones de los huesos fracturados y las ventosidades; e incluso la respiración, auscultando el tórax (describieron los estertores) práctica que sorprendentemente se pierde en el tiempo hasta que aparece el fonendoscopio de Laennec a inicios del siglo XIX.
El tacto y la palpación les proporcionaban información sobre la temperatura, el pulso, la posición de los huesos, la consistencia del vientre, la dureza y el tamaño del hígado, incluso practicaban el tacto vaginal.
Pero esta minuciosa exploración no solo se aplicaba al enfermo sino también a su entorno. El clima, la tierra, la dieta, sus excesos y sus carencias… todo podía ayudar a conocer su mal y a encontrar la manera más adecuada de curación. Eso sí, si advertían en el paciente algún signo de que su mal era mortal, se abstenían de intentar curarle.
En fin, si queréis que os sea franco y por la parte que me toca, me alegro de haber nacido en el siglo XX. Lo cierto es que no me apetece mucho ir poniendo a prueba mis sentidos sensoriales de esta manera.
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