No voy a hablar de sus virtudes como alimento -ya dediqué un post hace un tiempo sobre sus beneficios durante la lactancia materna-, hasta por su acción emoliente se ha utilizado para tratar las quemaduras ocasionadas por el fuego o por sustancias corrosivas sumergiéndolas en dicho elemento para calmar el dolor y rebajar la inflamación de los tejidos. Es uno de los alimentos más importantes que la naturaleza ha ofrecido al hombre, siendo completo, agradable y sano, permitiendo su único consumo en todas las edades vivir durante años.
Hasta los vaqueros eran tratados como semidioses y el establo de las vacas considerado un santuario en los pueblos del Indostán, donde acudía la gente a consultar sobre augurios y adivinaciones. Su consumo se remonta a la antigüedad, la arqueología así lo certifica en al menos 9000 años antes de Cristo, encontrándose en Suiza esqueletos de ganado y equipo utilizado para elaborar queso (4000 a. C.) siendo el primer animal que se domesticó la vaca, después la cabra y finalmente la oveja.
En tiempos de Abraham, los semitas se alimentaban con leche de oveja o de cabra, la de vaca la consideraban de clase inferior, y el Antiguo Testamento la menciona en más de treinta ocasiones. La imagen más antigua de ordeño se encuentra en un panel de piedra encontrado en las ruinas de un templo de Ur, cerca de Babilonia, donde se pueden ver vacas con sus becerros, hombres ordeñándolas y unas jarras en las cuales echan la leche, de hace 6000 años.
Los griegos la glorificaban y entre las numerosas creencias mitológicas encontramos la Via láctea, supuestamente formada de la leche que desprendían los pechos de la diosa Hera, la Juno romana. Alimentaban a sus perros de caza con leche de loba, leona o cierva, pero nunca con leche de cabra u oveja, que, según ellos, podría hacerles perder su valentía. E Hipócrates la utilizó como antídoto contra el envenenamiento, entre muchos otros usos.
Todos conocemos la leyenda de Rómulo y Remo, los fundadores de Roma amamantados por una loba. Este alimento, en ocasiones el único que ingerían los romanos, más de un emperador lo empleó como forma de pago a sus soldados, y desde Roma los productos lácteos se esparcieron por toda Europa.
La esposa de Nerón, Popea, se lavaba y bañaba con leche de burra, llevando entre su séquito 200 de estos animales cuando viajaba.
Según Plinio, las damas romanas la utilizaban como cosmético, lavándose o bañándose todo el cuerpo para suavizar la piel. Y no olvidemos que se utilizó en los sacrificios al dios Silvano, el espíritu de los campos y bosques.
Será en el Medievo que encontramos a las brujas alimentándose con este blanco líquido chupando directamente de los pezones de las vacas, o a las mujeres de Ucrania golpeándose el pecho con una piedra de alumbre para aumentar la producción de leche durante la lactancia.
Se cuenta que Gengis Khan alimentó a su invencible ejército con un producto lácteo elaborado de manera similar al yogurt (kumis), aunque entonces se identificó más con la cerveza por su contenido en alcohol. Los monjes fueron durante siglos los responsables en elaborar quesos, y en el siglo XV comenzaron a surgir importantes mercados en Suiza donde se comerciaba con ellos, siendo en este país, junto con Holanda, los primeros en desarrollar la industria lechera en Europa.
Tenemos que pensar que durante la Antigüedad y la Edad Media la leche era muy difícil de conservar, tomándose fresca o en forma de quesos. No fue hasta que a mediados del siglo XIX, Louis Pasteur, comprobó que al calentar ciertos alimentos y bebidas a una determinada temperatura eliminaba los microorganismos, naciendo la pasteurización.
Así que no olvidemos decir a nuestros hijos lo de… ¡Niño, tómate la leche que es muy buena!
Para saber más:
Leche y productos lácteos (PDF), por Ismael Díaz Yubero.
Cómo responder al que dice que la leche es mala (artículo de El País)
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