Se trata de una de las enfermedades con más prevalencia y repercusión sociosanitaria, por su elevada frecuencia y por el impacto que tienen sus complicaciones crónicas, aunque se desconoce su incidencia real y las estadísticas probablemente estén infravaloradas. Mucho antes de que Thomas Willis en 1675 le diera el apellido de mellitus, por el dulce sabor a miel que tenía la orina al probarla, griegos, chinos, egipcios, persas e indios ya la reconocían, refiriendo la literatura hindú que la orina era «pegajosa y atraía fuertemente a las hormigas», siendo probablemente sus síntomas ya descritos en el papiro de Ebers (s. XV a.C.).
Apollonius de Memphis (250 a. C.) acuñaría el término de diabetes haciendo gala del signo más llamativo, la eliminación exagerada de agua en la orina, como si «el agua que entraba en el cuerpo saliera sin fijarse en él» (en griego significa correr a través). Y encontramos intentos de tratarla como este remedio de Pablo de Aegina:
(…) hierbas, endivias, lechuga y trébol en vivo tinto con decocciones de dátiles y mirto para beber en los primeros estadios de la enfermedad, seguido de cataplasmas a base de vinagre y aceite de rosas sobre los riñones.
Galeno pensaba que era muy rara y enfatizaba en la extrema sed que presentaban los enfermos, y después, durante casi mil años, pasa al olvido de los escritos médicos hasta que en el siglo XI, Avicena, habla de ella en su Canon de medicina, describiendo un «apetito anormal y una disminución de las funciones sexuales», describiendo también la gangrena diabética y la diabetes insípida. Y en los siglos posteriores vuelve a ignorarse como si no existiera.
Cien años después de que Thomas Willis realizara su genial y a la vez lógica descripción, Dopson identificaría a la culpable del característico sabor de la orina, la glucosa, clasificándola Juan Peter Frank en dos tipos: diabetes mellitus (o vera) y diabetes insípida, esta última llamada así al no presentar la orina ese dulce sabor. En la segunda mitad del siglo XIX el francés Bouchardat indica la importancia que tienen la obesidad y la vida sedentaria en su origen (algo que ya prescribían los médicos griegos) descubriéndose en 1889 el papel del páncreas en la diabetes, algo que ya insinuó Langerhans veinte años antes al describir las células que después recibieron su nombre.
En 1910 se descubriría que esas células producían una hormona, la insulina, cuyo su déficit originaría la enfermedad, ocurriendo en 1921 uno de los grandes hitos de la conquista médica, su aislamiento y la demostración de su efecto hipoglucemiante por los canadienses Banting y Best. Esto revolucionaría el tratamiento pudiendo manejar mejor la enfermedad, ya que la conocida y seguida en esos tiempos como «dieta del hambre» no conseguía controlar los niveles de glucosa en la sangre.
La primera persona que recibiría una inyección de insulina sería Leonard Thompson, en enero de 1922, distinguiendo Sir Harold Percival en 1936 la diabetes mellitus tipo I (más conocida antes como insulinodependiente o juvenil), de la tipo II (la más frecuente), algo que Susruta, el padre de la medicina hindú, ya insinuaba.
Desde que en 1982 se sintetizara la primera insulina humana biosintética, su producción en serie permitiría revolucionar el tratamiento de los diabéticos al obtener distintos tipos de insulina, pero esto no es suficiente. Quien es diabético insulinodependiente necesita un control riguroso que requiere mucho trabajo y esfuerzo para poder acercarse lo más posible a un nivel de glucosa en sangre normal y para ello hay dos maneras de conseguirlo: las inyecciones diarias múltiples y la bomba de insulina. Ya sea una u otra, el paciente debe conocer varias veces al día como está su nivel de glucosa con lo que esto representa.
No obstante, el futuro parece prometedor. En los últimos años se han realizado trasplantes de islotes pancreáticos con éxito haciendo innecesario al paciente la administración de insulina, aunque con el tiempo se ha comprobado que se pierde la función de estos islotes, eso sin contar con los efectos secundarios producidos por los fármacos inmunosupresores que se han de administrar. Las nuevas tecnologías permiten avanzar también la ciencia médica y así se está trabajando en un páncreas artificial que detectaría el nivel de glucosa en sangre de manera automática ajustando también la dosis de insulina necesaria en cada momento. Esto, junto a los prometedores estudios que hay en marcha sobre las células beta productoras de insulina, hace que los pacientes afectos tengan abierta una puerta a la esperanza a la hora de conseguir su ansiado control y tratamiento.
Mucho se ha avanzado desde que esos perspicaces médicos de la antigüedad sospecharan la enfermedad probando ellos mismos la orina de los enfermos, los progresos que se han realizado en estos últimos años hacen pensar que a corto/medio plazo se consiga mejorar la calidad de vida de millones de diabéticos de todo el mundo, quien sabe, puede que en un futuro la diabetes acabe por ser ¿erradicada? Por cierto, el 14 de noviembre, día del cumpleaños de Banting, es el Día de la Diabetes en el Mundo, una fecha que sin duda merece toda nuestra atención. En la imagen de la izquierda podéis ver su símbolo, ¡difúndelo!
Para saber más:
Potencial cura para la diabetes tipo 1 con células del páncreas (Estudio belga en el que se reprograman células pancreáticas para que segreguen insulina)
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