A lo largo de la corta historia de los Estados Unidos han muerto ocho presidentes mientras permanecían en activo en su cargo. La mitad de ellos fueron asesinados y los otros cuatro murieron por causas naturales. Entre los primeros: Abraham Lincoln, James A. Garfield, William McKinley y John F. Kennedy. Entre los segundos: William Henry Harrison, que con tan solo 31 días en el cargo, murió de una neumonía en 1841; Zachary Taylor de una gastroenteritis en 1850; Warren G. Harding de un ataque al corazón en 1923 y Franklin Delano Roosevelt falleció de una hemorragia cerebral en 1945.
Pero no hablaré de ninguno de ellos sino del primer Presidente de los Estados Unidos (1789-1797), considerado por muchos como el Padre de la Patria, uno de los más grandes presidentes de los Estados Unidos y uno de sus Padres Fundadores junto con John Adams, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson y James Madison. Me refiero a George Washington quien no murió siendo Presidente -dejó el cargo dos antes- pero su muerte es buena muestra del refranero español que dice eso de «un médico cura, dos dudan, tres muerte segura». Me explicaré…
Nació el 22 de febrero de 1732, en Virginia, y el Colegio Electoral le eligió unánimemente en las elecciones de 1789, y por segunda vez en 1792. Es el único Presidente de los Estados Unidos que ha recibido el 100 % de los votos.
Sus últimos días de vida
Regresando a su rancho la tarde del 12 de diciembre de 1799, se sintió algo resfriado y con un fuerte dolor de garganta. Su secretario le sugirió que tomara algún medicamento, a lo que respondió roncamente: «Sabes que nunca tomo nada para el resfriado. Como ha venido se irá». Se equivocaba. En las siguientes horas le costaba respirar, apenas podía hablar y comenzó a tener fiebre.
Llamaron al médico de la familia, el doctor James Clark, quien recomendó la práctica de una sangría que realizaría el capataz de la granja, que contaba con mucha experiencia en este procedimiento. La molestia en la garganta le impidió ingerir una mezcla de vinagre, melaza y mantequilla que prepararon para aliviarle. Pocas horas después su estado empeoró, indicando una segunda sangría que no haría más que agravar su situación.
Agonizando, a las once de la noche se llamó a los reconocidos doctores Brown y Dick, mientras se le realizaba una tercera sangría. Cuando llegaron a la habitación pudieron comprobar la gravedad de su situación. Brown y Clark le diagnosticaron una amigdalitis, mientras que Dick, el más joven de ellos, sospechaba que la causa se encontraba más abajo, en la laringe, produciendo una obstrucción de la entrada de aire a los pulmones y sugiriendo la práctica de un procedimiento quirúrgico cruento que en alguna ocasión se había intentado en Europa aunque nunca se había hecho antes en América: la traqueotomía.
Este procedimiento era muy antiguo, ya se describe en papiros egipcios del año 3600 a. C. atribuyéndole Galeno a Asclepiades de Bitinia el primero en realizarla de manera electiva, no urgente. Pero las referencias que se tienen en la literatura médica son muy escasas no siendo bien documentadas hasta principios del siglo XX, practicándose por primera vez con buenos resultados en 1808, en un niño que sufría de difteria y que le obstruía la tráquea. Clark y Brown desestimaron inmediatamente la propuesta del doctor Dick, indicando una cuarta y fatal sangría a las tres de la tarde del 14 de diciembre de 1799.
Sin poder respirar y con una grave anemia producida por tantas sangrías, George Washington falleció a las diez y veinte, tras dieciséis horas de agonía.
La despedida de un gran hombre
Podríamos pensar que no tuvo mucha suerte, aunque le atendieron tres de los mejores médicos de la época, pero la medicina en aquellos tiempos era así. Puede que el atrevido tratamiento del joven doctor Dick le hubiera salvado la vida, pero la medicina tradicional tenía mucho peso.

Henry Lee III, padre del general Robert E. Lee de la Guerra Civil, le elogió en su funeral de esta manera:
«Primero en la guerra, primero en la paz y el primero en los corazones de sus compatriotas, fue insuperable en las escenas humildes y perdurables de la vida privada. Piadoso, justo, humano, templado, sincero, uniforme, digno y sobresaliente.
Su ejemplo fue tan edificante para todos a su alrededor, como igual fueron los efectos de dicho duradero ejemplo (…) todo correcto, el vicio se estremecía en su presencia y la virtud siempre se sintió fomentada de su mano. La pureza de su carácter privado dio fulgor a sus virtudes públicas (…) Tal era el hombre por el que nuestra nación está de luto».
Nota: Con lo del refrán que menciono al principio tampoco quiero decir que no se deba acudir y consultar a los médicos, eran otros tiempos, claro.
Un libro:
Trick or Treatment, de Simon Singh y Edzard Ernst.
Información basada en La muerte de George Washington, Rafael Hernández Estefanía (Universidad de Navarra)
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