
Puede que a más de uno no le quite el sueño, pero digo yo que no será lo mismo una sanguijuela en su hábitat natural que criada en un laboratorio. Porque sí, se crían, y no solo eso, se siguen utilizando en la medicina más avanzada, y aunque ya hablamos en el blog de su utilización por los cirujano-barberos de la Edad Media, antes, mucho antes, ya se utilizaron para curar.
En el Neolítico ya se realizaban sangrías con ellas al pensar que la sangre, como portadora de la vida, podía ser considerada también una preciada ofrenda a los dioses, además de ser curativa su extracción al creer que las enfermedades eran producidas por la presencia de seres maléficos en ella. Sorprende (o no) saber que en el Egipto de los faraones no se menciona su uso, pero en prácticamente todas las culturas se practicaba: en la India antigua, en la China primitiva, en América del Norte, en Mesoamérica… Incluso los incas las realizaban para tratar las cefaleas.
Según Aristóteles, Tales de Mileto sería el primero en considerar que la naturaleza y el agua como su principio esencial, era la causante y al mismo tiempo solución de las enfermedades, en detrimento de los dioses. Se introdujo la práctica de la sangría entre los griegos, y después, en el texto De la naturaleza humana del Corpus Hippocraticum, se expone la teoría de los humores, donde la sangría busca recuperar el equilibrio humoral perdido. Aunque surgieron voces críticas como las de Herófilo y Erasistrato, su uso no dejó de fomentarse, pasando a la antigua Roma. Aurelio Cornelio Celso en su obra Medicina describe la técnica, las indicaciones y el lugar de la sangría, recomendándola a cualquier edad, incluso niños. Y con Galeno las sangrías pasarían a ser un tratamiento habitual durante siglos, realizándose con pequeñas incisiones o utilizando sanguijuelas, este último un tratamiento que no estaba al alcance de todos, todo lo contrario, generalmente se beneficiaban las familias de la alta sociedad, y si tenías la suerte de que una sanguijuela te succionara la sangre podías considerarte un afortunado.

Parientes de las lombrices, evolutivamente pasaron del agua dulce al océano y a terrenos secos. No miden más de 2,5 cm. de longitud y disponen de unas potentes ventosas que ayudan a pegarse en el cuerpo de su «víctima». Sus más de 300 dientes hace que la mordedura secrete de la saliva una serie de sustancias con efectos beneficiosos: anticoagulante (hirudina), antiinflamatorio (bdellins), anestésico y vasodilatador (histamina, acetilcolina e inhibidores de la carboxipeptidasa). Utilizándose para tratar problemas gástricos, en la hipertensión vascular, en procesos inflamatorios como las artritis y en las intervenciones de microcirugía plástica y de reconstrucción de miembros amputados al estimular el flujo sanguíneo.

El ejemplar más conocido es el Hirudo medicinalis, que utilizaban ya en la antigua Roma para sangrar y tratar los dolores de cabeza y la obesidad, una especie que en los hospitales londinenses, en la década de 1860, seguían demandando millones de ejemplares cada año. No sé si os lo habéis parado a pensar (probablemente no, claro), pero la demanda de sanguijuelas convertiría su caza en un lucrativo negocio del que Gales supo beneficiarse gracias a su geografía rica en marismas, un hábitat ideal para ellas.
Habitualmente las mujeres eran las encargadas de meterse en los charcos con las faldas subidas para que las sanguijuelas se pegaran a sus piernas el tiempo necesario hasta llegar a un boticario o al distribuidor especializado. Podemos pensar que era una labor muy dolorosa, pero no lo era tanto, al inyectar este animal invertebrado un anestésico local con su mordedura. No obstante, no sé si compensaba el céntimo y medio de dólar que recibían por cada una de ellas.
No hay duda de que ha sido y sigue siendo un negocio muy lucrativo, y lejos de pensar que es un tratamiento que pertenece al pasado, sigue estando muy presente en las cirugías más modernas. Uno de los mayores proveedores europeos es Biopharm Leech, con sede en la ciudad de Swansea, en el Reino Unido, que cada año distribuye más de 60 000 de estos diminutos bichitos. En el año 2004, la FDA autorizó su uso como tratamiento de determinadas enfermedades, importándolas desde Europa a los Estados Unidos. Y es que los hay que hasta las buscan en el trasero de algunos hipopótamos de África, donde se encuentra una de las sanguijuelas más demandadas.

Para saber más:
British Journal of Plastic Surgery, 2004 Jun; 57 (4): 348-53.
Acta Orthopaedica, 2008 Apr; 79 (2): 235-43.
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