
Imagino que así se nos quedaría la cara a cualquiera de nosotros si dijeran que dentro de 100 millones de años alguien pudiera encontrar alguna parte de nuestra anatomía en este mundo, aunque fuera un simple espermatozoide. Está claro que al paso que va el mundo no quedará nada en la Tierra en un futuro tan lejano, de hecho, probablemente nuestro querido planeta no será más que un recuerdo en el universo, pero que le digan eso al crustáceo no marino del Cretácico al que un equipo de investigadores chinos (sí, chinos tenían que ser) recuperaron su… ¡espermatozoide!
Sabemos donde se produjo el apareamiento en cuestión, podríamos decir que salvo los nombres de los dos protagonistas de la historia, lo sabemos todo de ellos. Se encontró a la pareja en un ámbar en el interior de una mina en el norte de Myanmar (antigua Birmania) y son del periodo Cretácico medio, hace unos 100 millones de años (año arriba, año abajo). Se trata de dos diminutos crustáceos (ostrácodos) que, ya sea por el calor y la humedad que reinaba en el planeta por aquél entonces, o simplemente por la fogosidad del momento, decidieron intimar en medio de la selva. Junto a ellos se encontraron otros crustáceos, machos, hembras y jóvenes (¿se trataría de una orgía mejillonera?)

Los científicos Wang He y Wang Bo del Instituto de Geología y Paleontología de Nanjing de la Academia de Ciencias de China decidieron estudiarlos, imagino que se aburrirían porque mira que hay cosas más divertidas que hacer, y para ello emplearon rayos X computerizados y obtuvieron imágenes en 3 D de alta resolución como la que aquí os muestro. Vaya, los pillaron in fraganti. Pues bien, lejos de dejarlo aquí, estos dos investigadores decidieron ir más allá y buscaron en su interior utilizando micro-tomografías, y como el que busca encuentra… ¡tachán! dieron con sus óvulos, concretamente cuatro de tan solo 50 micrómetros de diámetro, y los receptáculos seminales de ella, en cuyo interior encontraron una masa filiforme que correspondía al espermatozoide. En fin, tenemos la confirmación de la consumación del acto del que espero disfrutaran.
Los espermatozoides hallados miden más de un tercio la longitud del cuerpo del ostrácodo, algo que a los chinos no les sorprendió nada porque como todos sabemos estas especies cuentan con espermatozoides gigantes, hasta más grandes que su propio cuerpo (en realidad, es algo que ni sospechaba). Aunque las comparaciones son odiosas es como si los humanos tuviéramos espermatozoides de más de siete metros de largo. De todo esto podemos deducir pues que la cópula fue larga y tediosa, dejándose el alma en ella, lástima que poco después del apareamiento quedaran encerrados en la resina.
El espermatozoide de esta especie debe entrar completamente en el interior del óvulo para asegurarse la fertilización al encontrarse los cromosomas en la parte más posterior del mismo, para después enroscarse dentro del órgano femenino. Lo que también sorprende es que el comportamiento sexual de esta especie no ha variado a lo largo del paso del tiempo, evidenciando que este complejo mecanismo reproductivo con espermatozoides gigantes ha contribuido a la conservación de los ostrácodos no marinos. Seguro que aquí seguirán cuando la especie humana desaparezca.

Los ostrácodos masculinos tienen dos penes que se insertan en los gonoporos gemelos de las hembras, así pues, tenemos la evidencia directa más lejana en el tiempo de una inseminación completa. Además, es raro encontrar tejidos blandos tan antiguos conservados, así, el espermatozoide encontrado se trata del más antiguo jamás hallado en un fósil animal hasta la fecha.
¡Felicidades campeones, sois dignos de toda mi admiración!
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