Actualmente disponemos de muchos procedimientos para diagnosticar si una mujer está embarazada e incluso saber las semanas de gestación que se encuentra pero, hasta hace poco más de cien años, no se tenía el conocimiento de estas técnicas diagnósticas.
Hagamos un recorrido por la historia empezando por la civilización egipcia.
El escrito más antiguo conocido es el del Papyrus The Lahun conocidos erróneamente como Kahun (1850 a.C.) en el que se describen diecisiete pronósticos relacionados con la obstetricia, solo mencionar uno:
La mujer está embarazada si al sujetarles los dedos y apretarles los brazos, el rostro se les torna verde o sienten en sus manos el latido de las venas
Por un papiro del Antiguo Egipto de más de 3500 años, descubrimos un conjuro muy curioso para diagnosticar la preñez de las mujeres a la vez que invocaban a la diosa Hathor, diosa de la maternidad y la fecundidad:
La presunta embarazada debe orinar durante varios días sobre dos bolsas de lona en cuyo interior hubieran semillas de trigo y cebada respectivamente, mezcladas con sal. Si transcurrido un tiempo germinaban es que la mujer estaba gestante.
Incluso determinaban -o así lo creían- el sexo del futuro niño.
Si germinaba el trigo sería una niña y si germinaba la cebada, el hijo sería un varón. Por contra, si no germinaba ninguna semilla, la mujer no estaba embarazada.
Lo que no mencionan es el caso que germinaran ambas semillas… ¿acaso podrían ser gemelos?
Estudios más recientes nos pueden precisar un éxito del 35 % aplicando este método y cabe decir que tiene un base científica por los estrógenos (hormona femenina que aumenta durante la gestación) presentes en la orina.
Otro papiro, el de Carlsberg, nos muestra otro método un poco menos «agradable» de practicar:
Dejar un trozo de cebolla durante toda una noche en la vagina de la mujer y si conserva al día siguiente su sabor original, la paciente está embarazada.
El Papiro Brugsch también conocido como Papiro de Berlín (1350 a. C.) describe una prueba que fue muy utilizada posteriormente:
Dar de beber a la paciente un trozo de sandía triturada y mezclada con leche de una mujer recién parida; si vomitaba es que estaba encinta; si solo tenía flatulencia, no.
Dependiendo de las civilizaciones que hablemos podemos encontrar otras maneras sorprendentes de diagnosticar el embarazo:
En tiempos del Imperio Romano se declaraba embarazada a la mujer que parecía atolondrada; en Babilonia si su caminar era lento; en Francia si el vino enturbiaba la orina y en Alemania si tenía antojos de alimentos extraños. ¿Os suena esto último?
Los médicos chinos, fieles a la importancia que daban al pulso en el diagnóstico de las enfermedades, lo hacían a través del mismo.
Otra muy extendida en los siglos posteriores fue el de Hipócrates de Cos:
Hacer ingerir una pócima constituida por una parte de miel y diez de agua (hidromiel) antes de ir a dormir. En las embarazadas les produciría cólicos mientras que en las no gestantes les proporcionaría un agradable descanso.
Sorano de Éfeso, considerado como el precursor de la ginecología, mantuvo que:
Si una mujer siente después del coito que se le erizan los vellos de la piel, experimentando una sensación de que se le cierra el orificio cervical… está grávida.
En Londres durante el siglo XVII, el médico y astrólogo, Nicholás Culpeper, recomendaba:
Si después de haber tenido unión carnal con su marido se sentía más satisfecha que de ordinario, estaba embarazada.
En fin, no debéis pensar que todas estas creencias populares están alejadas de nuestros tiempos pues incluso en la actualidad podemos encontrar algún lugar que las siguen poniendo en práctica, aunque yo, como médico, os aconsejo que si alguna vez queréis saber si estáis embarazadas, solicitéis alguna de las pruebas más «científicas» y fiables que tenemos a nuestro alcance.
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