Vamos a ver, puede que el título confunda y aún más si digo que tampoco fueron ni una ni dos, sino siete, pero entonces… ¿por qué digo que hay dos?
Me referiré a la última reina de la dinastía helenística de los Ptolomeos, Cleopatra Filopátor Nea Thea más conocida como Cleopatra VII. Sí, la tachada de «prostituta de los reyes de Oriente» o «devoradora de hombres» por Boccaccio y Dante; como mujer «frágil» por Plutarco; como «reina de belleza inigualable y seducción legendaria» por Champollion o como seductora, por el cine. Sí, era una mujer excepcional, sensual e inteligente, aunque quizá no tenían esa misma idea de ella según la mentalidad romana.
La momificación y el tener dioses con cuerpo de animales eran cuanto menos, sucesos sorprendentes y chocantes para los romanos. Estos veían a la civilización egipcia como algo que no iba con ellos, siempre más realistas y prácticos. Cuando Cleopatra, representante de esta cultura tan extraña y desconocida, se presentó en Roma para reunirse con César tras haberle seducido tiempo atrás, su presencia suscitó una total desconfianza entre los romanos. Y claro, después de la muerte de César solo le faltaba vivir esa trágica historia de amor con Marco Antonio en Alejandría, viéndola como una mujer fatal, representante de todas esas cualidades que entonces definían a Oriente: decadente, hedonista y sensual.
Este pensamiento se agravó por el contexto político que se vivía en Roma tras la muerte de César, la lucha por el poder entre los dos hombres más poderosos: Octavio y Marco Antonio. Estaba en juego ser el heredero de César y tras la batalla de Actium en el año 31 a. C. la balanza se inclinó hacia el joven Octavio. Pero no era solo una lucha entre dos hombres sino entre dos culturas, la de los valores tradicionales de Roma y Occidente, personalizada en Octavio, contra la más pérfida y decadente de Oriente personalizada en Cleopatra y también en Marco Antonio, que se dejó arrastrar por ella. Octavio solo tardó un año en deshacerse de Cleopatra y de su hijo Cesarión, anexionándose Egipto a Roma. Era el triunfo de Occidente sobre Oriente, la victoria de la rectitud sobre la degeneración.
Cleopatra era una mujer culta e intelectual. Leyó a Homero y Hesíodo entre otros, estudió geometría y aritmética, música y astronomía. Cantaba mientras tocaba la lira, cautivando a todos con su voz, pero lo que más sorprendía era su capacidad de hablar y leer la antigua lengua egipcia, al contrario que los otros reyes ptolemaicos que se rindieron al griego, y no solo eso sino que podía conversar con partos, medos, sirios, judíos, nabateos, etíopes… en su propia lengua. Podríamos decir que «caía» mucho mejor entre los egipcios que entre los romanos.
Pero la historia la escribe los vencedores y en este caso también fue así. Se destruyeron muchas piezas arqueológicas sobre ella y los testimonios escritos son contradictorios. Los historiadores cercanos a Octavio no escatimaron en reforzar su imagen de belleza. Dión Casio dijo «era espléndida de ver y escuchar, tenía el poder de conquistar los corazones más reacios al amor, incluso aquellos a los que la edad había enfriado». Pero quizá no fue tan bella como algunos quisieron hacer ver. Mirando las monedas que se acuñaron durante su reinado o las estatuas que la representaban, podemos ver que su barbilla era prominente, su nariz ganchuda y que no era muy alta. Fea, seguro que no era, pero tan agraciada como nos la han mostrado, tampoco.
Puede que solo sea un mito y que su atractivo radicara en su educación, en su carácter y en su encanto personal, pero de lo que no podemos dudar es de su importancia a la hora de escribir la Historia y si hacemos caso al físico francés Blaise Pascal…
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Información basada en un artículo de la egiptóloga Núria Castellano en National Geographic Historia Nº 47
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