En la Antigüedad no existían tanques, ni acorazados ni tan siquiera cañones que ayudaran a vencer en las batallas, sin embargo, se utilizaron en algunos combates un arma sin igual, destructiva y temida por todos, que ocasionaba tantas pérdidas al enemigo que hacía inclinar la victoria hacia un lado o el otro, se trataba de los elefantes.
Hace 4.000 años, en el valle del Indo, se comenzó a domar a estos salvajes animales, son las primeras fuentes de las que se tiene constancia de ello. Mucho después, el Imperio persa situó quince elefantes en el centro de sus líneas durante la batalla de Gaugamela (331 a.C.) que enfrentó al rey persa Darío III con Alejandro Magno. Este fue probablemente, el primer contacto de un ejército europeo con estos “monstruosos” animales. Alejandro se quedó tan impresionado que los incorporó inmediatamente a su propio ejército obteniendo grandes victorias que extendieron su uso militar por todo el mundo conocido.
Pirro los utilizó durante la batalla de Heraclea (280 a.C.) en su lucha contra la República y el general cartaginés Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, ambos con éxito. Otras batallas de las que se tiene constancia del uso de elefantes podemos destacar: la de Agrigento (262 a.C.), el Sitio de Sagunto (219 a.C.), la Batalla de Zama (202 a.C.), el Sitio de Numancia (153 a.C.), la Batalla de Cartago ( 149 a.C.)… Se cuenta que en los establos de esta última ciudad llegaron a tener 300 elefantes de guerra. ¡Imaginaros lo que esto representaba a la hora de mantenerlos!
En el fragor de la batalla las flechas que lanzaban contra ellos no lograban detenerlos, e incluso podían llegar a tener 80 flechas clavadas en su cuerpo sin que consiguieran matarlos. Se idearon todo tipo de armas para hacerles frente, e incluso se adiestraban tropas específicas para enfrentarse a estos animales, pero nada les frenaba, hasta que los romanos se dieron cuenta de un hecho. La manera más eficaz de combatirlos era con otro animal mucho más pequeño y gorrino… ¡los cerdos!. A los pobres gorrinos les vertían aceite prendiéndoles fuego para lanzarlos contra los mastodontes enemigos. Plinio el Viejo dejó bien escrito:
los elefantes se asustan del menor chillido de un cerdo.
Realmente los elefantes se atemorizaban con el chillido de un cerdo. Aunque todos podríamos pensar que son los ratones los que pueden poner nerviosos a estos colosales animales, el grito de dolor de estos cochinos les producían auténtico pavor. Lo que las armas no habían conseguido, lo había hecho un simple gorrino. Se tiene constancia del uso de esta práctica en la batalla de Maleventum, con Pirro al frente, y en la batalla de Megara.
Los Partos ocasionalmente emplearon elefantes de guerra en sus batallas contra el Imperio romano y con el paso del tiempo su uso fue decayendo después de haber aprendido a hacerles frente. Durante la Edad Media se siguieron utilizando aunque en contadas ocasiones (Carlomagno, Federico II Hohenstaufen). Sin embargo, su uso en Oriente continuó, siendo uno de los factores determinantes en el fin de las conquistas de Tamerlán. El uso de la pólvora en el siglo XV provocó que las cargas con elefantes se volvieran inútiles.
La domesticación
Se elegían los elefantes indios por su carácter más agresivo, pero si no podían conseguirlos elegían una especie de la selva norteafricana ya extinguida en nuestros tiempos (Loxodonta pharaoensis). La altura del elefante indio llegaba a los 3 metros y podía transportar con la trompa 500 kg. de peso (el equivalente a un toro de lidia). Los preferían adultos ya que cuando alcanzaban los 40 años de edad adquirían su plenitud física. Tras capturarlos los ataban junto a otros elefantes domesticados para “amansarlos”, objetivo que se consideraba conseguido cuando permitían que se subiera el conductor (mahout) –generalmente de raza númida- a su lomo. Los elefantes de sabana (conocidos por todos nosotros en la actualidad) a pesar de ser los más grandes, nunca se utilizaron por ser indomables.
Estos animales no solo causaban pavor entre los soldados sino que los caballos también los temían. Para proteger a los paquidermos se diseñaron corazas con láminas metálicas o coberturas acolchadas. Y para aumentar su poder destructivo, en las trompas colocaban cadenas con argollas y en los colmillos una fundas de hierro o bronce para clavar o demoler todo lo que se encontraban a su paso.
El aplastamiento
Aunque los romanos y los cartagineses en ocasiones usaron este método para ejecutar a los condenados (se tiene constancia de que el Imperio sasánida, bizantino y las dinastías de los Timúridas y Selyúcida lo practicaban) su uso estaba muy extendido en el sudeste asiático milenios antes, siendo suprimida definitivamente en los siglos XVIII y XIX por los imperios europeos que colonizaron la zona. Los entrenaban para aplastar, desmembrar o simplemente torturar a los cautivos públicamente, siempre controlados por su mahout que podía otorgar el perdón en el último minuto. Por los testimonios que nos han llegado debía impactar el presenciar estos actos:
El hombre era un esclavo, y dos días antes había asesinado a su dueño, hermano de un jefe nativo llamado Amir Sahib. Alrededor de las once fue traído el elefante, con solo el conductor a su espalda, rodeado de nativos con bambúes en las manos. El criminal fue colocado tres yardas detrás, en el suelo, sus piernas atadas por tres cuerdas, que a su vez estaban atadas a un anillo en la pata trasera derecha del animal. A cada paso que daba el animal le arrastraba hacia delante, y cada ocho o diez pasos le dislocaba algún miembro, que cuando el elefante había avanzado unas quinientas yardas estaban ya todos sueltos y rotos. El hombre, aunque cubierto de lodo, mostraba todos los signos de vida, y parecía estar pasando por el peor de los tormentos. Tras haber sido torturado de esta forma alrededor de una hora, se le llevó fuera de la ciudad, en donde el elefante, que está entrenado para este propósito, avanzó marcha atrás y puso su pata encima de la cabeza del criminal. (Las Anécdotas de Percy, ejecución en Vadodara en el año 1814)
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