
Cuando Belzoni regresó a Europa en 1819 después de realizar sus descubrimientos en Egipto estaba convencido de que no quedaba nada en el Valle de los Reyes por descubrir. Sería el genial Champollion quien descifraría pocos años después el verdadero significado de ese lugar aventurándose a afirmar que era la necrópolis de los faraones de Tebas y por tanto debían quedar muchos más tesoros ocultos bajo su arena. Pero tras su muerte, el olvido volvió a ser general.
El emperador Bizantino Teodosio I cerraría todos los templos paganos de su Imperio en el año 391 y puede que el último sacerdote capaz de leer los jeroglíficos muriera en el siglo V, perdiéndose así la posibilidad de entender el significado de esos misteriosos símbolos milenarios. Los antiguos egipcios pensaban que sus almas sobrevivirían mientras siguiera recordándose al fallecido y para que nunca se olvidaran se grabaron en piedra los nombres de los faraones en las construcciones que ordenaron edificar y en sus tumbas. Pero también podemos encontrar este nombre sagrado (de hecho a partir de la dinastía V tenían cinco o más) en lo que los soldados de Napoleón designaron como cartucho (shenu) que gracias a Champollion se pudieron descifrar dando nombres a los ocupantes de esas tumbas. Lástima que todavía no sepamos cómo sonaba realmente su lengua y por tanto no podamos hablarla, solo leerla.
No será hasta que el equipo de Theodore M. Davis descubriera en 1907 la cámara (tumba-pozo) llamada KV54, pensando erróneamente que se trataba de la tumba del faraón Tutankamón al encontrar en ella objetos funerarios que le pertenecían y una caja de madera dorada con su nombre y el de su esposa Ankhesena-món. Nada más lejos de la realidad pues eran piezas pertenecientes a otra tumba real, la descubierta quince años después por Howard Carter bajo los restos de las viviendas de los trabajadores de la época ramésida y conocida como KV62. Davis murió unos años antes de que Carter hiciera su gran descubrimiento aunque solo dos metros (literalmente) le separaron de descubrirla él.
Lejos de lo que muchos todavía piensan, esta tumba también fue profanada y saqueada con anterioridad, no una sino dos veces, estimándose que el 60 % de las joyas que allí se dejaron con el faraón fueron robadas. Parece ser que algunos funcionarios de la necrópolis decidieron trasladar precipitadamente algunas de ellas a la tumba KV54 para intentar salvarlas de los ladrones en su primer saqueo. Esto no impidió que cuando Carter entró en su interior encontrara más de 5000 piezas que estudió, catalogó y trasladó al Museo Egipcio de El Cairo durante ocho años, y entre todas ellas destacan los tres sarcófagos en cuyo interior descansaba la momia del faraón.
Siempre me había preguntado cuál era el motivo de enterrar a los faraones en varios ataúdes superpuestos y no en uno como el resto de los mortales. Pero claro, un faraón o un alto funcionario del antiguo Egipto no eran personas cualesquiera e hicieron lo imposible para conseguir esa anhelada vida eterna. Es en el Imperio Nuevo que se populariza el ataúd antropomórfico y la costumbre de dejar en la tumba estatuas Ushebti que trabajarían para ellos en la otra vida (en algunas se han encontrado hasta cuatrocientas). Los egipcios pensaban que el oro era la materia con la que estaba hecha la carne de los dioses y el lapislázuli sus cabellos así que no escatimaban en medios para construir esos sarcófagos con estos materiales y poder ofrecer al faraón el aspecto del Sol-Re.

En el caso del descubrimiento del sarcófago de Tutankamón, Howard Carter no podía dar crédito a lo que tenía delante. Imaginaros qué debió sentir cuando se encontró delante del gran sarcófago rectangular de cuarcita que contenía los tres sarcófagos antropoides.
El primero, de 224 cm. de longitud, es de madera de ciprés cubierta con una lámina de oro y las imágenes de Isis y Nephtys con las alas extendidas. En la cubierta, el rey se muestra en relieve con los brazos cruzados sosteniendo en las manos el cetro y el flagelo. El segundo sarcófago, de 204 cm. de largo, también es de madera (en este caso no se ha identificado cuál) laminada en oro. Y el tercero es el más impactante con sus 187 cm. de longitud y 110 kg. de peso de oro macizo. Originalmente estaba cubierto con una capa de betún endurecida por el tiempo, y tras eliminarla, apareció la imagen del faraón. De igual forma que en los otros sarcófagos se puede ver al rey con los brazos cruzados sobre el pecho como Osiris, cubierto además de collares y un pectoral.
Tras levantar la tapa de este pesado sarcófago es cuando Carter pudo observar la máscara de oro batido y lapislázuli, maravilla entre todas las maravillas, y la momia envuelta en un sudario repleta de amuletos y alocuciones de todos los dioses a modo de bienvenida con inscripciones grabadas en láminas de oro. La máscara no era tanto ornamental sino más bien un talismán que le protegería, permitiéndole renacer como una divinidad en el Más Allá gracias al texto del Libro de los muertos que se encuentra en su dorso y que le conectaría con los dioses. Su pectoral, hecho de piedras semipreciosas, y sus pies, calzados con unas sandalias de oro dejando entrever su dedos forrados también en oro, terminarían de sobrecoger al arqueólogo.
¿Puede haber algo más extraordinario que esto?
Para saber más
Fotos de los sarcófagos y otros objetos de la tumba de Tutankamón
Cómo resolver el enigma de los jeroglíficos
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