Embellecida y destruida en múltiples ocasiones será convertida en la ciudad más poderosa de Mesopotamia con el rey Nabucodonosor II y de esta época son los restos arqueológicos que se conservan pues al fin se cumplió la profecía de Jeremías:
Babilonia será convertida en un montón de ruinas, una madriguera de chacales, un motivo de estupor y de burla y un lugar deshabitado.
Y esas ruinas volvieron a la luz en 1898 gracias a las excavaciones del alemán Robert Koldewey aunque ya antes se habían realizado algunos intentos: Layard en 1849, Rawlinson en 1854 y Rassam, diez años antes que Koldewey. Pero no fueron los únicos. El primer viajero occidental del que se tiene constancia escrita fue el rabino de Navarra, Benjamín de Tudela en el siglo XII, pero muchos no buscaron la ciudad histórica sino su mito. Mito que ayudó a formarse por Heródoto, el historiador más cercano cronológicamente a los tiempos de esplendor de Babilonia, aunque le separaban cien años (siglo V a. C.) y lo más probable es que no la visitara, y el Antiguo Testamento en los libros segundo de Reyes y el de Crónicas, los libros de Ezequiel y Jeremías, y sobre todo el Génesis cuando se refiere a la construcción de la torre de Babel. Las únicas referencias escritas de los jardines colgantes son posteriores, de época romana, cuando de la ciudad solo quedaban ruinas.
Con la esperanza de empezar a dar respuesta a tantos mitos y leyendas, el emperador alemán Guillermo II impulsó en 1898 la creación de la Sociedad Alemana para el estudio del antiguo Oriente (Deutsche Orientgesellschaft) encargando la dirección del primer proyecto al historiador, arquitecto y arqueólogo Koldewey. Lo primero que hizo fue reconocer la zona descubriendo los primeros ladrillos esmaltados de la puerta de Ishtar (en ese momento no sabía que se trataba de una de las ocho puertas con las que Nabucodonosor II dotó a sus murallas).
Su labor podría considerarse como la más rigurosa que se hacía hasta ese momento en Mesopotamia. Se hizo acompañar de un equipo experto en múltiples campos y 200 obreros, catalogando todos los objetos y fragmentos que encontraba, desde los más grandes y bellos hasta los que parecían insignificantes, enviándolos a Estambul y Alemania. Con gran rigor, capacidad organizativa y una novedosa logística que le permitió remover grandes cantidades de tierra, trabajó de manera interrumpida hasta que Iraq cae en manos de los británicos durante la Primera Guerra Mundial, en 1917.
Inició su estudio en una zona donde se pensaba que se encontraban los palacios aunque en su lugar descubrió dos muros paralelos separados por 41 metros: la gran avenida procesional de la ciudad. Su labor hizo que afloraran las ruinas del templo dedicado al dios Marduk (templo del Esagila) y la mítica torre de Babel (el zigurat Etemenanki). A pesar del ingente trabajo que realizó en esos años, solo exploró una pequeña parte de las 375 hectáreas del yacimiento.
Pero siguen los mitos. Los exiguos restos del zigurat no dan luz de su altura y grandiosidad. Y aunque se desenterraron pozos, conductos de agua y grandes estructuras que podían indicar la existencia de los famosos jardines colgantes, textos cuneiformes y otros hallazgos arqueológicos indican que tenían otras funciones bien distintas. De su existencia no duda la investigadora británica Stephanie Dalley aunque su teoría es bien distinta. Según apunta, la construcción de los jardines colgantes se debe a los asirios en tiempos del reinado de Senaquerib y no precisamente en Babilonia sino en Nínive, también conocida como «Nueva Babilonia», probable origen de la confusión.
Pero Babilonia seguirá siendo dentro de otros 3000 años considerada como «muchas grandes ciudades en una» superviviente de múltiples conquistas, la gran Babilonia.
Para saber más:
Descubriendo el Antiguo Oriente, de Rocío Da Riva y Jordi Vidal (2015).
Link imagen:
Información basada en el artículo «El descubrimiento de Babilonia, la ciudad de la torre de Babel», del arqueólogo Felip Masó (N.G. History nº 65)
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