
En un tiempo en que el Imperio otomano amenazaba Europa y el rey de Francia, Francisco I, reanudaría la guerra en Italia, aún había ocasión para la pasión y el amor. Era el año 1526 y en la mágica Alhambra de Granada se sucederían unos hechos que marcarían la vida tanto de un emperador, Carlos V, como de un poeta, Garcilaso de la Vega.

El legado heredado por Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico era ingente y desde el principio quiso edificar un orden internacional acorde a su importancia. Castilla, la política externa de Aragón, el comercio flamenco, la conciencia imperial de los Habsburgo y ese espíritu borgoñón confluían en su persona. Su matrimonio con su prima, la infanta portuguesa Isabel de Avis y Trastámara, fue una boda de intereses ya que necesitaba dinero, mucho dinero, y la dote de 900 000 doblas de oro que el rey Juan III de Portugal le aportaba era indispensable para sus proyectos.
El 10 de marzo de 1526 en los Reales Alcázares de Sevilla recibió a la joven infanta portuguesa con grandes muestras de cariño. Era una mujer atractiva y esbelta y Carlos V solo necesitó las dos horas previas al enlace para conocerla y enamorarse prendidamente de ella. Se casaron de noche, a las doce, pero después no se festejó como correspondería debido a que tuvieron que mantener luto por la muerte de su hermana Isabel, una noticia que el monarca ocultó hasta después de la ceremonia para no retrasar la boda sin que esto impidiera yacer juntos esa noche…
Se acostaron en habitaciones separadas y las crónicas dicen que Carlos V acudió al lecho de su mujer a cumplir con su deber de emperador cristiano
Y tan ardorosos amantes fueron (Isabel moriría en el parto de su séptimo hijo) que durante su luna de miel quedó preñada del futuro rey Felipe II, su primogénito.
Las crónicas apuntan que pudo ser el 31 de agosto, tras una calurosa jornada de caza en Santa Fe

Y es que el calor se hacía insoportable y decidieron trasladarse a Granada donde llegarían el 4 de junio, celebrándose unos festejos tan espléndidos que dejaría a la ciudad endeudada durante años. Su intención era quedarse mucho tiempo pero los acontecimientos precipitaron que seis meses después la abandonaran.
Durante su estancia en la Alhambra, Carlos V se dedicaría a comer, a cazar, a las fiestas pero también a resolver las revueltas de los moriscos y la guerra contra la Liga de Cognac. Por la noche, escuchar música y amar a su esposa fueron su única preocupación. En ese verano reuniría a su alrededor a humanistas de renombre como Castiglione, Navagiero, Dantisco, Juan Valdés, fray Antonio de Guevara y al poeta español más importante del Renacimiento, Garcilaso de la Vega.

Y aquí tenemos al atractivo, inteligente y «cortesano» poeta Garcilaso. Nacido en el seno de una ilustre familia toledana, educado en la corte y formado en el humanismo. Participó en múltiples batallas y sirvió al emperador en delicadas misiones. Armado caballero de la Orden de Santiago en 1523, se casó (por recomendación de Carlos V) con doña Elena de Zúñiga, dama de compañía de la hermana del emperador. Pero esta boda no le trajo la felicidad.
La mayoría de sus composiciones están centradas en el amor abstracto pero sincero, con alma, con emoción y con elegancia. Pero su estancia en la Alhambra representaría un punto de inflexión en su lírica al conocer a Isabel Freyre, una de las bellas damas que la emperatriz Isabel trajo consigo, de la que se enamoró perdidamente convirtiéndose según la crítica literaria tradicional en protagonista de sus versos, la pastora Elisa de sus poemas (aunque algunos niegan tal relación). Nadie sabe con certeza si fue correspondido o no, de hecho muchos opinan que no es más que un mito de la Literatura Española, pero poco tiempo después, mientras Isabel se casaba con otro hombre (nada agraciado por otra parte), el corazón de nuestro poeta se llenaba de tristeza y sus versos caían en profunda melancolía.
Al emperador no se le conoce ninguna amante en el tiempo que duró su matrimonio, quedando sumido en gran desconsuelo tras la muerte de su Isabel, y Garcilaso nunca recordaría a su primera esposa Elena ni a ninguna de sus otras amantes en sus versos, llegando a sus oídos en 1534 del fallecimiento de Isabel de Freyre (también en el parto) y muriendo en combate solo dos años después, tenía solo treinta y cinco años.
Tras su paso por la Alhambra, Carlos V, puso en manos del arquitecto Pedro Machuca el proyecto de construir un palacio al más puro estilo del Renacimiento dentro del recinto. Todo aquél que visita la Alhambra queda impresionado de sus jardines, de sus fuentes, de sus salones, del palacio del emperador, pero lejos del esplendor de siglos pasados hubo un tiempo que allí coincidieron dos Isabeles, dos mujeres que rivalizaban en belleza, una reina y otra dama, pero las dos conquistaron el corazón de un emperador y de un poeta.
“Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.”
(Garcilaso de la Vega)
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