«El mundo exige resultados. No le cuentes a otros tus dolores del parto. Muéstrales al niño» (Indira Gandhi).
Desde que el hombre es hombre (y la mujer, mujer), de la misma manera que los dolores del parto han estado presentes en cualquier nacimiento, la aceptación o rechazo del recién nacido por parte de la sociedad que le acogía han sido temores que angustiaban a la madre durante toda la preñez. En la actualidad disponemos de una avanzada tecnología y conocimientos suficientes para prevenir, diagnosticar y tratar muchas de las complicaciones que puede llegar a tener la embarazada y el feto. Pero antes no era así y lo único que podían hacer era mejorar las condiciones del parto con sus escasos medios para intentar disminuir las frecuentes complicaciones que acontecían. Si hubo una civilización avanzada a su tiempo en esta materia esta fue sin duda la del antiguo Egipto. ¿Sabíais que ya entonces existían clínicas ginecológicas?.
Hoy me voy a permitir explicaros algo relacionado con mi profesión, la ginecología, y aunque no es un tema nuevo en el blog me centraré en esta ocasión en cómo parían en el antiguo Egipto.
Los Papiros:
Los escritos más antiguos que se conocen sobre la ginecología los encontramos en el Papiro Lahun (Kahun) y datan del final de la dinastía XII del Imperio Medio (1800 a.C.). Aunque también hay referencias en los Papiros Ramesseum (1900-1700 a.C.), el Papiro de Erman (1450-1350 a.C.), el Papiro médico de Londres (1550-1295 a.C.) y el Papiro de Carlberg (1330-1070 a.C.).
Quizás el más interesante de ellos es el Papiro de Lahun. En él encontramos remedios que se remontan hasta el 3000 a.C., como tratamientos para enfermedades vaginales y del útero, métodos curiosos para diagnosticar un embarazo e incluso para conocer… ¡el sexo del feto!. Pero hoy no me extenderé en ellos pues ya traté este tema en anteriores posts, aunque sí diré que en lo que respecta a la fertilidad utilizaban el puerro como afrodisíaco y promotor de la misma, y si una pareja no podía tener hijos, no se dudaba de que la culpa siempre era de la mujer (aunque esto aún se piensa en algunas partes del mundo) siendo la única solución, el divorcio. Muchas mujeres utilizaban amuletos (incluso se los tatuaban) de la diosa Tauret (diosa hipopótamo) que protegía a las mujeres del embarazo y del parto, aunque no era misión exclusiva de ella sino también de las diosas Hathor, Heket y Neith. Durante la gestación se cubrían de estos amuletos al considerar el período de preñez como muy peligroso. Pero a pesar de todo ello seguían realizando su extenuante trabajo diario hasta que se ponían de parto.
El parto:
El papiro que recoge cómo eran atendidos los partos es el Papiro de Ebers (1500 a.C., de la dinastía XVIII) y por él sabemos que se realizaban en los domicilios, atendidos por matronas. Las parturientas adoptaban la posición más fisiológica para parir que es la de agacharse, en posición de cuclillas o de rodillas, sobre una «silla de partos» hecha de ladrillos de adobe y con un agujero central (utilizada también como retrete). Se han encontrado varias de ellas en las excavaciones realizadas en Egipto y quizás la más destacable sea la que utilizaba la esposa del gobernante de Abydos, Arnessent, de la dinastía XII (1991-1790 a.C.).
Se vendaban a las mujeres para así aumentar la presión abdominal y ayudar a la expulsión del feto, y era frecuente utilizar supositorios vaginales para lubricar su salida. Solo en el caso que el parto se complicara llamaban al médico, aunque eran los sacerdotes los que siempre controlaban la práctica médica. Los especialistas en obstetricia se llamaban Sunu y utilizaban mesas exploratorias similares a las actuales para controlar los embarazos de las mujeres de alto rango social.
Aunque el parto se solía practicar en el mismo domicilio de la mujer en ocasiones acudían a unos «parideros públicos» donde daban a luz en unos bancos especiales para el caso. Presidiendo la sala estaba el dios enano Bes y cuando ocurrían desgarros, los suturaban. No tenían anestesia como la conocemos actualmente pero les suministraban cerveza o cremas de polvo de azafrán, humo de terebinto o pulverizado de mármol disuelto en vinagre.
Los partos los clasificaban en normales (Hotep), difíciles (Bened) y prolongados (Wedef). Tras el parto el cordón era cortado con un cuchillo especial y la placenta se guardaba para utilizarla como tratamiento médico, aunque en ocasiones se momificaba junto el cordón umbilical como parte del ajuar funerario, o incluso se enterraba en la puerta de casa o era arrojada al Nilo para asegurar la supervivencia del recién nacido.
Tras el parto…
Se calculaban las posibilidades de sobrevivir del recién nacido por su expresión facial y la fuerza del llanto. En los casos que había dudas, se le administraba una dieta de leche que contenía un trocito de placenta: si vomitaba es que moriría, y si no lo hacía, sobreviviría.
Después de parir las mujeres se retiraban durante dos semanas a una estancia de la casa (tienda de purificación), pues se consideraban impuras al haber estado en contacto con la sangre. La lactancia se prolongaba hasta los tres años y la realizaban vecinas o familiares cercanos, contratándose nodrizas especializadas en las familias más ricas. La leche materna era utilizada como «agua de protección» y se utilizaba incluso para curar resfriados, cólicos, quemaduras, infecciones oculares y para aumentar la potencia sexual. En ocasiones se producían prolapsos de la vagina y el útero, secundarios a los partos complicados, y para intentar solucionarlos utilizaban pesarios similares a los que se utilizan hoy en día.
Como podéis comprobar, la civilización egipcia también fue muy avanzada en lo que los partos se refiere. ¡No dejará nunca de sorprendernos!
Para saber más:
La medicina en el Antiguo Egipto (PDF)
Links:
Revista de Obstetricia y Ginecología de Venezuela
La Ginecología en la Historia de la Medicina, de R. Fraile Huertas, Doctora en Ciencias Biológicas de la Universidad Autónoma de Madrid (SEGO)
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