
Todos sufrimos de una manera u otra la actual crisis económica, y todos reconocemos en la especulación inmobiliaria como una de las principales culpables en ella. Pero esto no es un problema exclusivo de nuestros tiempos. Ya en la antigua Roma, algún personaje (incluido algún político) se enriqueció a base de especular con el terreno.
En la ciudad de Roma vivían un millón de personas durante el período imperial, y cualquier terreno era codiciado por el sector inmobiliario de la época. Los romanos, considerados como la «primera gran cultura» del cemento y del ladrillo, fueron grandes constructores y muestra de ello son los magníficos edificios que se mantienen en pie a pesar del paso del tiempo.
El suelo urbano se convirtió ya en aquella época, en un elemento de gran importancia para ejercer el poder, y como muestra de ello pongo estos tres ejemplos:
–Julio César, siendo procónsul en la Galia decidió ampliar el foro romano tras expropiar fincas de gran valor.
–Cicerón, escritor y político del siglo I a.C., permitió el deterioro de sus fincas urbanas para que las abandonaran los inquilinos que las ocupaban y así poder obtener mejores rendimientos de ellas.
–Marco Licinio Craso, general que derrotó al célebre Espartaco sofocando la revuelta de esclavos que estremeció a Roma durante el siglo I a.C., se convirtió en uno de los hombres más ricos de la época como especulador. Adquirió numerosas casas tras someter a sus adversarios o adquiriéndolas a precio de saldo en las subastas, y realizó una operación inmobiliaria muy frecuente en la antigua Roma: cuando se producía alguno de los numerosos incendios o derrumbes en la ciudad, sus empleados se personaban en el lugar del siniesto y compraban los edificios en llamas y sus colindantes a muy bajo precio. Después, volvía a edificar en ellos gracias a su «ejército» de 500 esclavos albañiles. Podríamos decir que es el primer «pelotazo» conocido de la historia.

Se llegaron a acumular aunténticas fortunas. Cicerón, a pesar de tener numerosas fincas agrícolas en más de once ciudades, ni siquiera formaba parte de esa “élite”. Craso, heredó como noble un patrimonio de poco menos dos millones de denarios, multiplicándolo a más de 42 millones.
Por desgracia para la plebe, el poder romano no hizo mucho para evitar estos abusos y las escasas medidas que tomaban no tenían mucho alcance. Podríamos pensar que ocurrió lo mismo que nos ocurre a nosotros en la actualidad, ¿verdad?
Otro abuso muy común fue el de inflar los presupuestos de las obras y el de hacer inmuebles cada vez más altos (insulae) a fin de repartir entre más viviendas los costes, lo que ocasionó el hacinamiento de la gente. El frio del invierno lo combatían con braseros y hornillos pues en estos edificios no existían los sistema de calefacción que sí tenían las casas de la población pudiente (domus), y esto provocó que proliferaran los incendios. Normalmente, los pisos más altos eran los más baratos y uno de lo motivos de que así fuera era que, si se originaba un incendio, los inquilinos tendrían menos posibilidades de sobrevivir a él.
El emperador Augusto intentó limitar la altura de los edificios en siete plantas aunque la picaresca de los constructores siempre encontraba la manera de burlar la norma.
Links:
Burbuja inmobiliaria en la antigua Roma
Historia National Geographic. Artículo de Pedro Ángel Fernández
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