Cualquier biografía de un personaje histórico se inicia con la fecha y el lugar de nacimiento pero no es el caso de Ambroise Paré. Cuando se hace referencia a su vida cuenta ya con 26 años, siendo cirujano de las tropas francesas en la batalla que enfrentaba en Italia a los emperadores Francisco I y Carlos V, la batalla de Villaine. El motivo de recordarle fue que en ese lugar hizo un descubrimiento que revolucionaría la cirugía para siempre y aunque no fue el único, en mi opinión fue el más importante.
Nació en Bourg-Hensert, un pueblecito del distrito del Maine, en 1510 ( ¡Ups! decía que no empezaría por su nacimiento). De familia muy humilde, de joven recibiría sus primeras nociones de cirugía de su hermano, barbero y cirujano menor. Se trasladó a París pero no pudo realizar estudios universitarios al no tener conocimientos de latín ni griego, requisitos imprescindibles para poder alcanzar el título de «médico de toga larga». Lejos de abandonar, comenzó a asistir a las clases prácticas de cirugía en el Hotel Dieu, consiguiendo el rango de «médico de toga corta», y la falta de cirujanos de los ejércitos de Francia hizo que se le presentara la ocasión de incorporarse al ejército del Mariscal Montejan.
En una ocasión, mientras atendía a los heridos en el hospital de campaña frente al castillo de Villaine, surgió una de esas casualidades que hacen cambiar la medicina para siempre. Las armas que se utilizaban en aquellos tiempos provocaban heridas que se infectaban frecuentemente por la pólvora utilizada. Para evitarlo, utilizaban aceite de saúco hirviendo siguiendo las recomendaciones de Giovanni de Vigo en su Tratado de Cirugía militar. En medio del fragor de la batalla, mientras atendía las heridas de los soldados, se acabó el aceite de saúco debiendo improvisar algo para sustituirlo. Con gran intuición aplicó en las heridas un apósito de yema de huevo, aceite de rosas y un emplasto de hierbas:
(…) por la noche no podía dormir; pensaba que tal vez encontraría muertos o envenenados a los heridos por haberlos dejado sin el usual tratamiento, y así me levanté muy temprano para visitarles y observé con sorpresa que los que había tratado con el bálsamo sentían poco dolor en sus heridas, no mostraban inflamación ni hinchazón, y habían descansado bien durante la noche. Al contrario, los que había tratado con aceite hirviendo, tenían fiebre y fuertes dolores, así como inflamación alrededor de las heridas. Por tanto, decidí en el futuro no quemar más a los pobres heridos de una manera tan cruel (…).
Fue en este momento cuando se empezó a escribir la verdadera biografía de Ambroise Paré. Como decía al principio, no sería el único avance de la medicina que le debemos. Poco después, en la batalla de Dauvilliers, aplicó por primera vez y con gran éxito la ligadura de arterias con puntos de sutura a los muñones de las amputaciones. No es que no se hicieran ligaduras de vasos antes pero sí era la primera vez que se aplicaban a las amputaciones. En el campo de la obstetricia describió la versión interna del feto cuando este se presentaba de nalgas, evitando así las complicaciones que frecuentemente surgían durante el parto. Además empezó a usar tubos para drenar los abscesos, bragueros para tratar las hernias y prótesis de miembros amputados.
Modesto y profundamente religioso, siempre recibió con ironía las críticas de su más encarnecido enemigo, el decano de la Facultad de Medicina de La Sorbona el Dr. Gurmelin. Es por eso que al final de cada uno de los capítulos de los libros que publicaba explicando sus experiencias quirúrgicas decía:
¿Qué hubiera hecho usted en este caso mi querido maestro?
Información de diferentes fuentes y con especial atención el artículo de Miguel Ángel Arribas en Crónica Histórica del enema IV.
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